Tejado de sus oficinas...

No vamos a entra a debatir aquí sobre las bondades y maldades de la propiedad intelectual, las garantías que ofrece y los abusos que provoca su actual utilización como barrera de entrada para la libre competencia. Lo que sí me llamó la atención, y por eso lo investigué un poco, fue el inaudito interés por traspasar la parte principal de los ingresos a las patentes, considerando la producción, y hasta la comercialización, asuntos accesorios.

Y la final había una respuesta fiscal, como me temía, con un truco tremendamente sucio para evitar colaborar al sostenimiento de las sociedades desarrolladas, que son sus principales clientes.

La jugada es simple: se trata de fabricar en cualquier lugar donde la mano de obra sea barata y los trabajadores no tengan derechos. Se trata luego de comercializar el producto donde los clientes tengan capacidad de compra y moneda fuerte. Y se trata, sobre todo, de inscribir las patentes en Paraísos fiscales, de manera que los ingresos atribuidos a la propiedad intelectual sean, efectivamente, generados en esos paraísos fiscales, y sin necesidad de andarse con juegos de ping pong ni más ingenierías contables.

Al final, estamos ante una variante más de desplazar las actividades con beneficios a lugares de baja tributación, y de dejar las actividades sin beneficios en los países donde los tributos son más altos. Y sin despeinarse siquiera, porque se manejan propiedades inmateriales que ni pesan, ni ocupan, ni necesitan almacén.

¿Qué diferencia puede jaber para una empresa entre registrar uh producto en una oficina de Boston y una de las Islas Vírgenes? En realodad, ninguno, ni en coste, ni en papeleo.

¿Y qué diferencia fiscal hay? Toda, porque los ingresos que luego devengue esa patente habrán sido generados por un producto domiciliado en las Islas Vírgenes, acogiéndose al régimen fiscal de ese territorio.

Por eso, a la hora de vender la empresa se suele acordar que los edificios no valen nada, el almacén es una mierda, y la red comercial está en ruina. Lo único que vale pasta y por lo que se cobra es por las patentes que, curiosamente, están inscritas a la sombra de una palmera.

¿A qué es bonito?

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