Esta es una pregunta recurrente, objeto de enfrentamiento permanente entre dos tendencias políticas: ¿es posible aumentar los ingresos públicos reduciendo impuestos?
Por una parte tenemos a los marxistas o socialdemócratas, a los que la sola idea de bajar impuestos les repugna, porque supone dejar una mayor cantidad de dinero en manos privadas y entienden, con razón, que eso disminuye el poder el Estado. A este grupo le gusta mucho el Estado y creen que debe ser todo lo fuerte posible, recaudar todo lo posible, y administrarlo ellos. No lo juzgo.
Por otro lado tenemos a conservadores y liberales, a los que cualquier excusa para reducir impuestos le parece buena, y si descubren que los gastos del Estado se pueden mantener sin muchos altercados reduciendo lo que cada cual tiene que pagar, aplauden la teoría con febril entusiasmo, porque en realidad de lo que se trata es de que cada cual pueda meterse al bolsillo la mayor cantidad posible de dinero dejando al Maestro Armero los detalles como las sinergias y las externalidades. Tampoco lo juzgo.
La controversia es tan antigua y tan larga que se ha convertido en un modelo económico con su correspondiente expresión gráfica. Se trata de la curva de Laffer, que indica, como todos esperábamos, que hay un punto de equilibrio.
Antes de llegar a ese punto, todo lo que sea subir impuestos aumentará los ingresos, pero después de ese punto, todo lo que se aumenten los impuestos hará disminuir la recaudación, puesto que habrá más gente que se largue a otro lado, más gente que cierre sus empresas y más gente a lo que no le interesa trabajar más horas o en más sucursales.
De esta curva se deduce que si al bajar los impuestos subes la recaudación, tienes que seguir bajándolos hasta que el efecto desaparezca, y que si al subir los impuestos, subes la recaudación, tienes que seguir subiéndolos hasta encontrar el punto de equilibrio.
Pero posibles son las dos cosas y eso es lo que hay que entender.
A efectos prácticos, se suelen citar dos casos: cuando Ronald Reagan bajó los impuestos a principios de los años ochenta, los ingresos disminuyeron y el país entró en déficit, sin que nadie se haya atrevido, hasta hoy, a volverlos a subir. Por tanto, la curva de Laffer falló aquí, puesto que los impuestos ya estaban por debajo del equilibrio.
El caso contrario es Suecia: tras el relevo de la socialdemocracia sueca, se redujeron los impuestos y acto seguido el Estado sueco empezó a recaudar más. Está claro que allí se habían pasado con los impuestos y estaban por encima del equilibrio.
¿Y en España? No lo sé. Sospecho que podrían aumentar los ingresos bajando los impuestos si la medida fuese acompañada de verdaderas masacres contra el fraude fiscal y la economía sumergida, porque en caso contrario sería un fracaso. Y eso, claro, ya es otra guerra
En España se puede aplicar el teorema de la conservación de la energía a los impuestos: los impuestos ni se suben ni se bajan, simplemente se intentan esconder. En los últimos años hemos visto como se bajaban o incluso eliminaban impuestos directos mientras se subían los indirectos (el famoso «céntimo sanitario» es el ejemplo perfecto) con la consecuencia de joder mucho más al de abajo que al de arriba. Y luego a lo que no se llegaba con impuestos, se llegaba a base de pelotazos inmobiliarios, que es una forma de fiscalidad encubierta, con el agravante de que en vez de ser la administración la que pide prestado el dinero, es el ciudadano el que tiene que ir al banco a poner el culo.