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Cada cual tiene su campo de batalla

Las cosas no son siempre lo que aparentan. De hecho, casi nunca lo son.

En sí mismo, el concepto de redistribución de la riqueza parece atractivo y lleva a que, a la larga, las sociedades funcionen mejor y se evite que las rachas de mala suerte, o las desigualdades de origen, lastren la sociedad en su conjunto impidiendo que algunos grupos de población desarrollen todo su potencial. Las políticas de redistribución ejercen el papel de mutualidad de seguros  ya que distribuyen el riesgo, incentivando así la actividad.

La redistribución de la riqueza, y todas las medidas que la favorecen, son como transfusiones de sangre de unos sectores a otros, de manera que el organismo completo funcione mejor, sin partes que tengan recursos ociosos mientras otras se asfixian por falta de eso mismos recursos que no se optimizan en otra parte.

El problema surge cuando esas transfusiones se realizan desde organismos sanos hacia otros enfermos, sin molestarse en atajar la enfermedad. En esos casos, sólo se debilita al sano y se mantiene en pie al enfermo, pero sin ponerle remedio a su mal.

Precisamente el funcionamiento de las políticas redistributivas como pólizas de seguros conduce también a la creación de un incentivo perverso: la parte de la población que pueda vivir con menos, o pueda simplemente ocultar sus ingresos, estará en condiciones en todo momento de explotar el sistema, drenando recursos a su favor.

Voy a atreverme a poner un ejemplo altamente impopular, pero muy conocido, especialmente en las localidades medianas y pequeñas, y no porque sea más frecuente, sino porque resulta más visible:

Desde que existen las pensiones no contributivas hay MUCHA gente que ha hecho sus cuentas y prefiere trabajar en negro, sin cotizar a la Seguridad Social, ni pagar IRPF, IVA, etc.,  porque la diferencia entre la pensión no contributiva y la que les correspondería pagando toda la vida no justifica el esfuerzo de pagar las cotizaciones mes a mes. La redistribución, en este caso, es un incentivo para pasarse a las alcantarillas de la economía, embolsarse el dinero y exigir luego a la sociedad que les regale una prestación.

Y lo malo es que no se trata de un caso único. Lo mismo sucede con toda una serie de servicios que se ofrecen de manera gratuita, permitiendo desviar las rentas ocultas a otros gastos, mientras es la sociedad la que paga los necesarios bajo el pretexto de la solidaridad. Desde las barriadas chabolistas con coches de gran cilindrada aparcados a sus puertas a los ricachones que consiguen que se les asignen pisos de protección oficial, los ejemplos son demasiado abundantes para tener que detallarlos.

En general,  allí donde se ofrece dinero gratis, o simplemente un sueldo a cambio de nada, florecen los parásitos, los desaprensivos y los oportunistas, compitiendo de manera desleal con los que pagan sus impuestos y destruyendo economía al tiempo que extraen recursos del sistema.

Lo mismo sucede, por ejemplo, con el subsidio de desempleo: cuando alguien se queda sin trabajo tiene todo el derecho del mundo a recibirlo, pero no sólo recibe lo que puso él mismo, sino también lo que pusieron los demás, por lo que la máxima utilidad se alcanza cuando pones el mínimo y obtienes el máximo, llevándote la porción más grande posible de lo que pusieron los otros. Otro incentivo corrupto para quienes conocen las maneras de explotar al prójimo.

Por cada euro que se redistribuye, se puede interpretar también que se trata de un euro que se le pidió a  alguien que cumplía con sus obligaciones para dárselo a alguien que cumplía con ellas o no. Por tanto, la redistribución es un incentivo, cada día más poderoso, para ocultar ingresos, ocultar actividad y tratar de obtener lo que ponen los demás.

La redistribución no es un juego de suma cero: Unos ponen y otros reciben. Los derechos de unos se convierten en obligaciones de otros.  Y cuando los derechos suman más que las obligaciones, el sistema quiebra.

La idea de que todos tenemos que cobrar no sé qué del Estado y que lo paguen los demás es un simple residuo de nuestro gusta nacional por las historias de bandoleros. Sólo eso.

 

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