El hambre que me hacen pasar...

Pues sí: es fraude fiscal, aunque al principio sólo parezca timo corriente o tomocho con calambrazo.

Es un fraude fiscal, porque al final, el famoso déficit tarifario, que ni san Pedro sabe lo que es,  se acaba sufragando vía impuestos, por lo que su aumento artificial es un caso de fraude fiscal a gran escala. No hay vuelta de hoja.

El caso es que las compañías eléctricas dicen que están cobrando la electricidad por debajo de su precio y, sien embargo, presentan a la Comisón Nacional del Mercado de Valores unos beneficios anuales tan suculentos que las convierten en algunos de los valores más estables y también más rentables vía dividendos de todo el mercado financiero.

La gracia del asunto tiene dos vertientes y una la sé explicar mejor que otra. Voy a ello, con el previo aviso:

Por un lado, las empresas eléctricas han segregado su división de generación de su división de comercialización, por lo que alegan que tienen beneficios generando energía pero tienen pérdidas vendiéndola, porque las tarifas del Gobierno las obligan a comercializarla por debajo del precio real. Esto, por supuesto, es un timo y una vergüenza, porque la generación de la energía y su venta no son procesos separables. Y si lo son, ¿por qué no pagan un canon a precio de mercado por el agua que utilizan en las hidroeléctricas, que es de todo, o el viento que usan en las eólicas, que también es de todos?

La gracia del asunto, si os fijáis, es que las empresas generadoras, que son ellos, venden la electricidad a las empresas comercializadoras, que también son ellos, pero con otro nombre (yo diría otro collar) y ahí es donde se genera el déficit, porque las generadoras se la venden a precios superiores al precio máximo al que la pueden vender las comercializadoras. ¿Es ese un verdadero déficit? Por supuesto que no. Es un caso de cucurucho financiero, muy conocido desde antiguo, en el que las distintas sucursales de una misma empresa se hinchan las facturas que se pasan entre sí para trasladar las cuentas de resultados de un lado a otro de la entidad. Y si encima hay un pagano al que exigirle ese déficit, entonces la alegría de semejante farándula no tiene límites.

Luego viene el chiste número dos: las subastas.

La energía se subasta en una especie de chiringuito opaco llamado Cesur. A estas subastas acuden los comercializadores, pero también, y sobre todo, entidades financieras, que juegan a los precios de la electricidad presionándolos al alza poco antes de las subasta de modo que, una vez bajado el precio, dejan caer de nuevo las cotizaciones del kilowatio par venderlo a lo que se fijó en la subasta y comprarlo a su precio real, embolsándose sumas millonarias con esta jugada. Hasta el momento, unos 900 millones de euros, sólo con el 20 % de la electricidad que España importa de mercados extranjeros.

Sé que es obtuso: con el nuevo sistema de tarifas, el precio para un trimestre se fija en la subasta. Si el precio para el trimestre se fija, por ejemplo, a 10 céntimos el kilowatio, ese es el precio que hay que pagar por cada kilowatio durante ese trimestre. Así que logran que ese precio suba antes de la subasta hasta 12 céntimos, habrá que pagar cada kilowatio a 12 céntimos durante todo el trimestre, aunque luego baje a 9, dos minutos después de firmado el contrato. Y si baja a 9, hay alguien que compra la energía en el mercado libre a 9 y nos la vende a nosotros a 12, porque eso fue lo que firmamos en el contrato.

Esa fue la genialidad que permitió el ministro Sebastián, y que padecemos desde 2009. O lo hicieron aposta para meternos en la boca del lobo o no se puede ser más zoquete…

 

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